"Los soldados ( del ejército riverista ), que no tenían lanzas, salieron de noche a cortar varas para enastar cuchillos. A cada vanguardia ( Rivera ) le dio seis cartuchos para la tercerola. El sol madrugador del otro día pintaba la única bandera (...): ese retazo de chiripá colorado que un teniente de (Manuel) Freire ató a la punta de una lanza. Pero el sol se hizo pronto de un rojo oscuro de sangre como no habían visto nunca los paisanos y los indios lo tuvieron por mal agüero."
Eran las siete de la mañana. La batalla principia chocando las guerrillas. Seguimos a De María: "El ejercito de Urquiza tenía necesariamente que salvar obstáculos para poder batirse. El terreno se los presentaba, por una parte en la cañada de vertientes que se interponía a su paso entre los dos ejércitos, y por otra un fangosa zanjón"
"El general Rivera tendió las líneas: Luciano Blanco, José Antonio Costa, Hipólito Cuadra, Bernardino Báez, Fortunato Silva, Manuel Freire, Juan Mendoza. Si tendría dos mil ochocientos hombres era mucho. Para lo tres mil de Urqauiza estaba bien. ``Con esos hombres no me hacen nada; nuestra gente lo lleva por delante`` Pero no contó los otros tres mil que venían por la izquierda, asomando la polvareda. Entre cerro y cerro el frente del ejército hacía un semicirculo, mientras con tranquilidad lo federales detenían sus carretas, soltaban los bueyes, empezaron a pasar en columnas; dentro de las carretas venían infantes a montones, que cuando saltaron a tierra salieron corriendo"
Con dificultad y bajo un violento fuego, las fuerzas del general Urquiza , protegidas por sus cuerpos de infantería, tendieron todas sus líneas, descubriendo su número. La batalla adquirió el ardor que los contendores pusieron en pos de la victoria.
En un combate donde primaron las caballerías, la derecha y el centro del general Rivera cargaron violentamente, arrollando por dos veces a la caballería del general Urquiza. Mientras tanto, la izquierda recibió órdenes para que diera frente al enemigo, en virtud de que su posición era oblicua.
El coronel Fortunato Silva impartió las órdenes pertinentes para efectuar el movimiento. Pero, inexplicablemente, la División en vez de girar se envuelve, no pudiendo los jefes y oficiales dar las órdenes a tiempo o hacerse escuchar, para impedir el desorden, la confusión y el desbande. El resultado no fue otro que la dispersión. El enemigo advirtió la situación y cargó impetuosamente, empujando sin contemplaciones y arrojando la desordenada División sobre su propia reserva, a la que arrastró en el desorden.
Sólo el coronel Luna, con sus tiradores, y el respaldo del sargento mayor Timoteo Domínguez, procurando mantenerse a pire firme, haciendo un nutrido fuego, pero no fue suficiente y la derrota del ala sobrevino. Apreciando el general Urquiza la situación en el centro y la derecha riverista, que se estaban imponiendo sobre sus efectivos, ordenó imponer en juego sus reservas, haciendo él lo propio con su escolta, para incrementar el poder.
A esta altura el encuentro se torno muy cruento. Y surge aquí un nuevo factor favorable a las fuerzas blanco - federales: nada menos que la infantería, que en el contacto comienza, con su descargas cerradas, a diezmar la filas riveristas.
La derrota de Rivera y su gente rea un hecho y el general apenas consiguió evitar su muerte. Dice Manacorda: "Zumbaban en el aire las bolas arrojadizas y juego de ellas trabó las patas del caballo moro que el general montaba. Si Fausto Aguilar no se tira de un golpe y a tajo de facón corta la trenza, el general care prisionero."
la retirada se realizó tomando varias direcciones. Unos fueron hacía Santa Teresa, mientras otros siguieron al general Rivera, hacia el río Cebollatí. A corta distancia, Dionisio Coronel y su gente, reventando caballos, perseguían al caudillo derrotado y algo más de doscientos hombres que le acompañaban.
La batalla había durado unas dos horas.
Rivera y Oribe
7. LA DEGOLLATINA
Si por algo ha trascendido esta segunda batalla de India Muerta, en la memoria colectiva nacional y particularmente de los lugareños, ha sido por el posterior degüello de prisioneros ordenada por Justo José de Urquiza. El mismo Urquiza que esa mañana "mira las polvaredas de las caballerías, empinado hacia atrás en su zaino malacara, flotante al viento suave, en ámbito de otoño, su poncho blanco sobrelabrado de rojo", al decir de Alfredo Lepro.
En su "Ensayo de Historia Patria", Hermano Damasceno consigna que "al día siguiente Urquiza manchaba su victoria haciendo degollar a 500 prisioneros. Él mismo quiso el gusto de presenciar la operación, que se hizo a toque de música."
Los poetas solariegos han dado testimonios de tinte trágico del asunto. Mientras José Carduz Viera, en "Solar heroico", habla de "la epopeya roja de India Muerta", José A. Ribot, en "Nuestro blasón", se refiere a "un reguero de sangre en India Muerta."
La poca civilizada costumbre de cortar las gargantas del los prisioneros se mantuvo prácticamente durante la totalidad de las guerras civiles orientales del siglo XIX, hasta la revolución de Aparicio Saravia, en 1904. En esencia, se trataba de un acto de venganza propio de un tiempo de pasiones incontroladas, en una sociedad violenta y altamente primitiva.
Programa de la Inauguración del Ferrocarril a Rocha donde consta el escudo departamental
ideado por Ribot a pesar de que aún no era emblema oficial (1928)
Eduardo Gilberto Perret Vuagnoux (Cervens, Saboya, 8 de octubre de 1874 - Montevideo, 28 de abril de 1957), conocido como Hermano Damasceno o H.D., fue un religioso católico, educador e historiador uruguayo de origen francés.
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